Por: Ramiro Estrella
Desde que empecé a estudiar Comunicación Social, una de las primeras lecciones que aprendí —y que confirmé durante años de ejercicio profesional— es que una buena entrevista se construye escuchando, no interrumpiendo.
La esencia de la entrevista periodística no consiste en imponer ideas ni en lucirse como conductor, sino en permitir que el entrevistado hable, que exponga sus verdades, sus contradicciones, su visión, aunque choque con la nuestra.
No entiendo —ni me acostumbro— a ver cómo, en muchos programas de televisión, algunos muy populares, como El Show del Mediodía, para citar un caso, los entrevistadores convierten su rol en un ring de boxeo verbal. Preguntan, sí, pero no dejan responder. Y si el entrevistado logra articular una idea, enseguida lo interrumpen, lo corrigen, lo enfrentan… a veces con evidente arrogancia.
¿En qué momento olvidamos que la entrevista no es para el periodista, sino para el público? ¿Desde cuándo cuestionar al entrevistado durante su exposición se volvió una moda? ¿O será que algunos confunden el oficio con el espectáculo?
Una entrevista bien hecha es aquella que pone en el centro al invitado, no al ego del entrevistador. Se trata de generar contexto, de extraer información, de confrontar con datos si hace falta, pero solo después de haber escuchado en su totalidad. Interrumpir para exhibir superioridad no es periodismo: es protagonismo barato.
Existe una diferencia abismal entre interpelar con respeto y sabotear una opinión. Lo primero es necesario cuando hay mentiras, evasivas o contradicciones. Lo segundo es innecesario y solo sirve para enturbiar el debate.
En los años que llevo ejerciendo este oficio, he aprendido que la paciencia es tan importante como la pregunta acertada. A veces, una pausa oportuna vale más que un discurso encendido. Y cuando el entrevistado siente que se le escucha, que se le respeta, es más probable que diga algo valioso, incluso revelador. Aunque usted no comparta sus opiniones, no hay razón para ofenderlo.
¿Dónde está el legado de los grandes maestros del periodismo dominicano? ¿Qué haría un Germán Marte, una Nuria Piera, un Juan Bolívar Díaz o un César Medina en medio de esa algarabía que disfrazan de entrevista?
Es tiempo de volver a lo básico. De enseñar, en las aulas y en los medios, que el entrevistador no es fiscal, ni juez, ni activista encubierto. Es un puente. Su trabajo es abrir paso, no cerrar la conversación.
Escuchar, amigos y colegas, es el arte más difícil de aprender, pero también el más noble. Y quien no sabe escuchar, no debería estar frente a un micrófono.
El autor es periodista, director del periódico digital Apunte.com.do y pasado jefe de redacción de El Nuevo Diario.
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